miércoles, 9 de enero de 2008

PARÍS, TEXAS (Wim Wenders 1984)

El sentimiento del amor es tan fuerte que puede desencadenar en una locura irracional.

Si alguien me dijera que Wim Wenders es el creador de esta sensación incurable, me lo creería.

No se trata de una superproducción del sobrevalorado Hollywood. Es una obra humilde pero llena de grandeza. Una trama complicada, que despierta preguntas y deja entrever que al final las cosas son más sencillas de lo que parecen. Todo va regido por causa-reacción, aunque a veces la razón humana no pueda entenderlo.

París, Texas puede presumir de buen reparto, buena dirección e inmejorable guión.

Si los silencios no se hacen incómodos, ni pesados, la película vale la pena. Desprenden esa tranquilidad que te hace saber que todo llegará a un fin, bueno o malo, pero un fin que será aceptado por el espectador.

Recuerda a la sutileza del cine francés de los años 80, dando protagonismo a una tonalidad enrojecida por la pasión de los protagonistas.

El sol abrasa la cabeza de Travis, que lleva una gorra ridícula y un traje de ejecutivo triste y desaliñado. No sabe quién es. Está solo y anda vagabundeando por el desierto sin toques de heroísmo en su andar. Vuelve de un lugar ninguneado para resolver las incógnitas que le hicieron huir. Travis, un inconmensurable Harry Dean Stanton, es un John Wayne amnésico, un pistolero pacífico que busca la recompensa que cree que le pertenece. Un tipo quemado por una vida algo surrealista y patética, pero con el convencimiento de que se reencontrará con ese pasado que desconoce. Errático, no intenta descansar en moteles cutres de carreteras secundarias y no se para a observar esos paisajes abismales que parecen no consolar la vista jamás. Él anda por su interior, buscando eso que le produce una nueva incertidumbre por no saber el por qué de todo. Sin saberlo, es el reflejo de la mayoría de la gente que presume saber hacia donde va, cual es su destino o se cree el dueño de su vida y sus méritos.

Filme donde los diálogos pasan a ser monólogos interiores y los silencios acompañan a imágenes que no necesitan más florituras. Salvo en su tramo final, cuando las palabras necesitan ser precisas. Alrededor, como un manto de serenidad, la música de Ry Cooder, una banda sonora fascinante que casa a la perfección con la historia de pérdidas y de fracasos, de azar y de perdón que Sam Shepard, un autor muy injustamente infravalorado, adapta para que Wenders haga su mejor película.

Un adelanto para ir abriendo boca, trailer:




26 - 12 - 2007